Seguramente, ya estás familiarizado con el homínido de Flores, pues en este
mismo portal se ha hablado de él [Cerebro pequeño, grandes preguntas]. De este modo, mi misión no va ser recontar la misma historia
otra vez, sino atestiguar con el ejemplo de Flores, como la sociedad juega un rol importante en la
construcción de la ciencia. Pues la ciencia no es más que un producto cultural
más.
Quizás mi afirmación anterior resulte algo ambigua, así que vayamos por partes. Según Rollo May [1], escritor y psicoanalista americano, la sociedad occidental actual se basa en el progreso [2]. No hace falta creérselo, pues muchas veces hemos puesto en nuestros labios la palabra ‘progreso’, y casi siempre con connotaciones positivas. ‘Progresamos’ cuando partiendo de un nivel inferior, ‘ascendimos’ a un nivel superior, como si de unas escaleras se tratara. Por el contrario, cuando al terminar un proyecto no estamos en un plano considerado ‘superior’, solemos decir que fracasamos. Aunque esta afirmación, por banal, nos parece un hecho natural, no siempre ha sucedido así. Al menos así lo pensaba el filósofo alemán, Oswald Spegler [3], que consideraba que esto es típico de sociedades fáusticas (del Mito de Fausto), donde escasea la expresión artística y/o filosófica, pero se desarrollan actividades más materialistas. De este modo, articulamos nuestra vida entorno a un progreso individual, la mayoría de veces acumulativo (más títulos, más dinero, más experiencias...) ¿Puede la evolución estar impregnada de este mito? ¿Qué papel juega Flores en todo esto?
La evolución humana, clásicamente, se ha visto (y se ve) salpicada por
dosis de linealidad, ya sea en la
construcción teórica o en su difusión pública. De este modo, muchas veces la
interpretamos como un ‘progreso’ o acumulación de hechos. Es decir, a lo largo
de la evolución nuestros ancestros irían adquiriendo ‘progresivamente’
caracteres que nos van acercando a nosotros, Homo sapiens. Pongamos por ejemplo, la evolución del cerebro. Como si se tratara de una
escalera, cuyos peldaños estabieran ocupados por un homínido distinto. A a cada
escalón nuestros antepasados habrían aumentado su capacidad craneal, aumentando
sus posibilidades cognitivas. Es decir, a cada peldaño, más “inteligente”. No
nos cuesta contemplar en este ejemplo, una clara interpretación fáustica, donde
vamos acumulando hechos que nos conducen a Homo sapiens, lo que, a su vez, nos
acerca inevitablemente a una sucesión direccional que tan hartos estamos de ver
en las representaciones evolutivas. Inevitablemente, esto encaja a la perfección
con nuestro mito social, el progreso constante o la acumulación progresiva.
¿Casualidad?
Puesta las reglas del juego, vamos ya a hablar de paleoantropología, cuya
temática versa el blog. En 2004, se descubrió un pequeño cráneo en la isla de
Flores, que de tan pequeño, sus descubridores pensaron que se trataba de un
niño que no rebasaba los 3 años. Su sorpresa fue mayúscula cuando estudios
posteriores revelaban una edad de 30 años, en una cronología de hace 18.000
años [4], y por lo tanto
contemporáneo a nosotros, los humanos modernos. ¿Cómo podía ser?. Los descubridores, sin muchas contemplaciones, vendieron a bombo y platillo
El
Hobbit [5]
– tal como lo apodaron- como el homínido que venía a ‘reescribir la historia de
la Humanidad’. ¿Pero por qué un homínido de hace nada –en términos evolutivos-,
con un cerebro pequeño iba a cambiar nuestra concepción de la evolución? ¿Tendrá
algo que ver con el mito de Fausto?
El que os escribe, así lo piensa. Como hemos visto, la evolución del
cerebro humano (y no sólo el humano) ha sido vista, clásicamente, como un progreso acumulativo, lo que lleva
afirmar algunos investigadores que ‘ser humano y tener un cerebro grande son
prácticamente sinónimos [6]. Al mismo tiempo, este
aumento del cerebro era fundamental para explicar la aparición casi sucesiva de
habilidades que consideramos complejas, como son la sofisticación de herramientas,
el fuego o el lenguaje. Pero, el Hobbit, con un cerebro tres veces menor
a un cerebro ‘sapiens’, se presentaba
asociado a la cocción de carne y al uso de herramientas equiparables a las que
usaba nuestra especie en la misma época. Esto indicaba que un cerebro pequeño ¡también era sinónimo de habilidades
cognitivas complejas! ¿No creéis que esto convierte el Hobbit en un anti-sistema de nuestra propia concepción de la
evolución? Saltándose así toda nuestra lógica, ya no sólo científica, sino de
entender la vida. Saltándose todo aquello que teníamos en claro de la evolución
del cerebro.
Quizás, la ‘visión acumulativa’ no explica el complejo fenómeno de
evolución del cerebro, y sino ¿para qué gastar esfuerzos en aumentar el cerebro
a lo largo de la evolución, si uno de pequeño me hace casi lo mismo? De hecho,
las dudas más escépticas –dulce cualidad- de los investigadores al respecto es
preguntarse si las asociaciones de los restos esqueléticos y habilidades son
correctas, pues a muchos de ellos les parece extremadamente contradictorio hacerse la pregunta
anterior. Es por esto, a mi juicio, que no son pocos los que han querido ver en
Flores un humano moderno patológico –básicamente, microcéfalo-, argumentos que
aunque han gozado de más o menos fortuna, son fáciles de desmontar, o como
mínimo de poner en entredicho. De hecho, en
susodichas publicaciones [7] se pueden leer sentencias reforzando la concepción ‘clásica’ de
la evolución del cerebro, incorporándolas como pretextos de sus estudios y
dudas. Es decir, y enlazando con las primeras reflexiones, Flores es un
quebradero de cabeza para intentar mantener el paradigma actual. En otras
palabras, para intentar sostener dos ideas contradictorias dentro del mismo corpus científico sobre evolución humana,
ampliamente afectado por las ideas fáusticas que moldean nuestra sociedad
occidental, lo que provoca que algunos científicos intenten sostener hipótesis
de dudosa calidad para mantener dicha concepción. En resumen, el Hobbit es y será un veneno para la evolución. Nuestra particular manera de ver la
evolución.
Daniel Fuentes Sánchez
Biomédico de formación, después de
desempeñar diferentes trabajos entorno a la antropología, como la
paleopatología o la evolución del cerebro y la cognición, me encuentro
realizando el máster de Evolución Humana de Burgos. Mi curiosidad en la Historia y Filosofía de la
Ciencia me ha llevado a participar en múltiples actividades afines, y a
interesarme ampliamente por la difusión y divulgación de la ciencia, como demuestra
mi participación en este blog.
Referencias:
[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Rollo_May
[2] May,
Rollo. La necesidad del mito. La influencia de los modelos culturales en el
mundo contemporaneo (The cry for the Myth). Nueva York: WW Norton and Co., Ltd,
1991
[3] http://es.wikipedia.org/wiki/Oswald_Spengler
[4] Brown
P et al., (2004) A new small-bodied hominin from Late Pleistocene of Flores,
Indonesia. Nature 431: 1055-1061
[5] Morwood
MJ et al., (2004) La especie que el tiempo olvidó. National Geographic. http://www.nationalgeographic.com.es/2005/04/01/hallazgos_flores.html
[6]
Martín-Loeches M, Casaso P, Sel A (2008) La evolución del cerebro en genero
Homo: la neurologia que nos hace diferentes. Revista de Neurología 46:731-741
[7]
Principalmente, Jacob T et al., 2006 y Hershkovitz I et al., 2007